Los escalones que conducían al departamento estaban encharcados. Melisa
los bajaba nerviosamente con sus zapatillas negras, los labios rojos
también bajaban, los ojos bajaban pero a veces me veían, rebotaban a
cada escalón. Llegamos a aquella reunión de preparatoria. El salón de
fiestas estaba iluminadísimo y perfumado más por las colonias que por
las flores. Melisa estaba hermosa a pesar de que compramos su ropa en la
paca. Nuestros amigos ricos se percataron de que mi traje me quedaba
un poco holgado pero no hicieron ninguna broma, o al menos no las oí. Al
final bailamos y bebimos cocteles que Melisa y yo habíamos dejado de
tomar hace algunos años. Tomamos algunos bocadillos y botellas
semivacías mientras nuestros amigos partían con sus abrigos, autos y
colecciones finas. Al final del festejo, Melisa y yo partimos hacia la
ciudad en nuestro Datsun. Durante el trayecto reíamos al acordarnos de
los borrachos indeseados pero con billetes hasta en los ojos que por
alguna extraña razón habían llegado ahí. Un viejillo bailó con Melisa y
Melisa se carcajeaba cada vez que le hablaba de cerca. Yo no me puse
celoso porque la conozco bien pero ya en el auto le pregunté qué le
había dicho aquel viejillo a lo que ella me respondió “¿Tú qué crees?…
me dijo lo mismo que a todas las demás, me invitó a bailar como a
todas la demás, me dijo que quería ir a las estrellas conmigo como a
todas las demás, que iríamos al boliche, que era un hombre
comprometido…” Yo nunca le he dicho cosas semejantes a Melisa, pensé.
“Hasta me propuso matrimonio…” ¿Cómo a todas las demás?, pregunté.
“Quizá, pero las demás no aceptaron, sólo yo”. Y enseguida me mostró un
anillo ostentoso. Me asombré de ver semejante monstruo valioso en el
pequeño dedo de Melisa “¿Así de simple?” Dije un poco furioso.. “Vamos
Rogelio, no creerás que he aceptado, se lo robé” dijo con voz maliciosa
“lo venderemos y compraremos carne de ternera y quizá un buen vino” Yo
carcajeé aliviado y besé a Melisa mientras se observaba el anillo.
Melisa puso el radio y sonaba B. J. Colin: en esta tierra de vientos
suaves y apacibles, nadie se despide nunca. En esta tierra suave nada de
corazones rotos, aquí sólo se rompen almejas e hicimos la mayoría de las cosas que habíamos planeado en el auto, sonrientes y con la carne entre los dientes.
Marisol Jiménez
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