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7 oct 2012

Cien llamadas al día - Sergio Osorio (México, 1981)

Dedicado a todos aquellos que saben lo que implica la reforma laboral 
y que han sufrido lo que hoy pretenden institucionalizar 
(25/08/2012)

Al menos cien llamadas por día; quince minutos de descanso para fumar o para atragantarse con algo y proseguir la tarea de chingar por teléfono sistemáticamente a posibles compradores de tarjetas de crédito. Sobre nosotros los capataces, que no ganaban mucho más ni eran más experimentados, pero que eran más serviles.

Éramos cientos de estudiantes como caballos en sus establos, algunos menores de edad, también había madres solteras y hombres maduros que ya no conseguían otro trabajo. Todos con un número asignado, sin nombre. Recuerdo que fui el 564.

La labor era sencilla: nos proporcionaban bases de datos provenientes de compañías de servicios como tv por cable. Bases muy quemadas, como solíamos llamarles, pues cada cliente había recibido cientos de llamadas y era prácticamente imposible venderles algo; en su mayoría nos contestaban con insultos y amenazas, pero con el tiempo nos recubríamos de una coraza de indiferencia y continuábamos con el siguiente número telefónico. Así todo el día, colgando y descolgando con la presión de la cuota diaria de solicitudes aprobadas que nos permitía seguir contratados.

El sueldo era bajo, con algunas compensaciones por productividad y puntualidad, sin embargo, nuestros días de descanso eran impredecibles y podían rolarse según las necesidades de la empresa; ¿cuál empresa?, nunca supimos en realidad para quién trabajábamos porque nuestros recibos pertenecían a otra distinta, y en esos recibos nuestro salario estaba reportado con el sueldo mínimo para pagar la cuota mínima al seguro social y lo mínimo al sistema de ahorro para el retiro.

Nuestros contratos eran trimestrales, lo que permitía a la empresa enganchadora, esa que nunca vimos, despedirnos cada tres meses y volvernos a contratar para no generar antigüedad y, en caso de necesitar nuestra renuncia, evitar una liquidación. Claro que para evitarnos la fatiga de elaborar una carta de renuncia, al momento de contratarnos nos daban una ya redactada que debíamos de firmar sin poner fecha.

Cien llamadas al día; seis horas de trabajo menos los quince minutos de descanso, para conseguir esas cinco solicitudes aprobadas; el monitoreo permanente de los capataces para estar seguros de la insistencia de cada operador con las pobres gentes que ya no sabían cómo mandarnos al carajo; el centelleo de una luz que indicaba que llevábamos más de treinta segundos sin llamada.

A los pocos meses llegaba el cansancio y el hartazgo, entonces era hora del cambio de telemarketing y de provocar el despido. 

Nuevo trabajo idéntico al anterior, reconocer antiguos compañeros de otros sitios; las mismas reglas con mayor o menor rigor. 

Cien llamadas al día, bases quemadas, mentadas de madre, quince minutos para un cigarro, cinco tarjetas por día, hartazgo y despido. 

Sergio Osorio