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17 jul 2012

Ad infinitum - William J. Camacho (Bolivia, 1973)

Por qué”, decía siempre que le indicaban cómo vivir. “Porque Él así lo ha escrito”, le contestaban invariablemente. Entonces, adquirió conciencia del poder de las palabras. Aprendió a leer y escribir mucho antes que los demás niños de su edad, y cuando le tocó hacerse hombre, prefirió no hacer el amor, pues estaba convencido de que escribirlo era más placentero. Como cualquier otro joven, gran parte de sus pensamientos convergían en el sexo, pero a diferencia del resto, tenía una actividad sexual incesante, asombrosa. Prueba de ello son los ciento veintitrés tomos que, durante muchos años, produjo escribiendo el amor.

Cuando decidió que era tiempo de casarse, escribió una mujer y, luego, sus hijos. De esa manera, escribió una familia feliz, perfecta; pero una brisa inoportuna vino a malograr su plenitud, llevándose con sus brazos de aire varias páginas de su vida. No podía volver a escribirlas, nunca podría hacerlo de manera idéntica, jamás podría recuperar a la familia que había creado.

Escribió el dolor y la ira; después, borró todo lo que había escrito y descubrió que la soledad era una página en blanco. Decidió, entonces, escribir un reino y se escribió rey. Escribió vasallos, bufones, cortesanos y un harem. Por mero aburrimiento, escribió otro reino y otro rey para poder escribir la ambición, la crueldad y la guerra. Lógicamente, escribió su victoria.

Ya viejo, cansado de su reino, escribió un universo, y de ése, se escribió Dios. Con pulso tembloroso, escribió galaxias, constelaciones y planetas. No le quedaba mucha vida, por eso decidió escribir su inmortalidad, encargándosela a los seres escritos de un planeta que también escribió y nombró Tierra. Ellos, acatando su voluntad, lo escribieron inmortal; entonces, adquirieron conciencia del poder de las palabras...

 William J. Camacho

12 jul 2012

150 de mortadela (Fragmento) - Hernán Casciari (Argentina, 1971)

II. 
Los dos tendrían que morirse tarde o temprano. Primero uno y después el otro, o a la vez (por ejemplo en un accidente de avión). Los dos tenían un pasado que contarse y que comprender sin imágenes, sólo a través de palabras y de sobreentendidos. Ambos deberían construir un futuro ingobernable. Y presentarse a sus mundos. Y quedar con amigos a cenar. Y hablarse por teléfono desde el trabajo, para combinar en qué esquina, a qué hora, y qué película. Uno de los dos se cansaría primero, uno de los dos mentiría primero, uno de los dos caería en la tentación antes que el otro. Alguien sería el primero en levantar la voz. Alguno se enojaría por primera vez y alguien, antes o después, encontraría más defectos que virtudes en su pareja. Fue por esto, y no por incompatibilidad de caracteres, que no se llamaron después del fin de semana.

V. 
Cada vez que Nuno Gonzáles se tiraba pedos nocturnos, a la mañana siguiente moría una jovencita virgen del pueblo. Como Vinhais eran veinte casas, y muy pocas las mozas casaderas, el alcalde le tenía prohibidísimo a Nuno cenar picante, con legumbre, con alubia roja, o beber agua con bicarbonato. Y aunque a Nuno Gonzales le preocupaba mucho mantener equilibrada la demografía de Vinhais, tenía debilidad por los huevos rellenos de atún y mayonesa. Los compraba clandestinos en una aldea vecina, los llevaba a su casa escondidos en las botas, los devoraba de a seis, con culpa, a la madrugada se tiraba unos pedos estridentes en la cama y después metía la cabeza debajo de la cobija para olerlos. Por la mañana se vestía de negro riguroso y era el primero en llegar al funeral de la jovencita muerta del día. Lo hacía silbando un foxtrot, para despistar a las autoridades. 

VIII. 
Un perro puede estar rengo, ronco, ciego, hambriento, descaderado, sordo, encandilado, roto, puede sacar la lengua porque está cansado e inventarse otra para lamerse; puede ser un hotel lleno de parásitos, puede llorar, aullar, desconsolarse, saberse animal y doméstico, puede no tener dios a su perruna imagen y semejanza, ni virgen maría; ni saber la hora, ni saber el año, ni saber si el frío está afuera o en sus huesos, ni saber si aquello que lo pateó es el diablo; puede entender catorce palabras de hombre, y entender que un año para él son siete años y que la muerte llega así más pronto; un perro puede estar mal, horriblemente mal, a punto de morirse, pero igual —si lo llamás con ganas— agarra y viene y te arma fiesta y te mueve la cola y se te queda al lado, por las dudas de que vos estés más triste.

 Hernán Casciari

4 jul 2012

El encuentro - Juan José Arreola (México, 1918 - 2001)

Dos puntos que se atraen, no tienen por qué elegir forzosamente la recta. Claro que es el procedimiento más corto. Pero hay quienes prefieren el infinito.

Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura. Cuando mucho, avanzan en zigzag. Pero una vez en la meta corrigen la desviación y se acoplan. Tan brusco amor es un choque, y los que así se afrontaron son devueltos al punto de partida por un efecto de culata. Demasiado proyectiles, su camino al revés los incrusta de nuevo, repasando el cañón, en un cartucho sin pólvora.

De vez en cuando, una pareja se aparta de esta regla invariable. Su propósito es francamente lineal, y no carece de rectitud. Misteriosamente, optan por el laberinto. No pueden vivir separados. Esta es su única certeza, y van a perderla buscándose. Cuando uno de ellos comete un error y provoca el encuentro, el otro finge no darse cuenta y pasa sin saludar.

Juan José Arreola